CIENCIA FICCIÓN SOCIAL, ANTICAPITALISTA, RADICAL, LIBERTARIA, SOFT, ...[4]

ZIENTZIA FIKZIO SOZIALA, ANTIKAPITALISTA, ERRADIKALA, SOZIALISTA, LIBERTARIOA, SOFT, FEMINISTA, ... [4]

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ZIENTZIA FIKZIOA ANTIKAPITALISTA, SOZIALISTA, FEMINISTA,...

Todo ciencia ficción (I): Problemas de tiempo y lugar

La ciencia ficción, como la mayoría de los géneros que son muy populares y por lo tanto, muy vendedores, suelen presentarse bajo una serie de etiquetas que buscan instalar distintas modas para promocionar libros, películas y series, más que aclararle al interesado de qué se tratan.


En los ochenta se popularizaría el cyberpunk, una variante del género que combinaba el avance de la cibernética con ciudades venidas a menos donde los seres humanos sobrevivían como marginales (punks). Uno de los ejemplos más conocidos es Blade Runner, película de Ridley Scott, basada en una novela corta de Philip Dick.

Por analogía han surgido otras etiquetas que hacen referencia escenarios marcados por una determinada matriz tecnológica: el steampunk (historias ambientadas en la época de la invención de la máquina de vapor), el diésel punk (en el período de entreguerras), o más recientemente biopunk y nanopunk (en tiempos de manipulación del ADN y de la nanotecnología, respectivamente).
Pero si ninguna etiqueta, y menos aquellas con las que el mercado encasilla un producto puede dar cuenta de un género ficcional tan amplio –en estos casos, destacando un rasgo tecnológico que reduce al género a una temática que no siempre está presente y que cuando lo está, le ha servido de excusa para hablar de otra cosa–, para tratar de delinear un fenómeno que se extendió durante el siglo XX pero tiene fuertes antecedentes previos, podemos señalar dos coordenadas que la ciencia ficción utilizó habitualmente para explorar la sociedad y la cultura de su tiempo: el tiempo y el lugar.

Las utopías son un recurso habitual: no-lugares imaginarios donde determinadas normas, relaciones sociales y posibilidades nos ubican a la vez lejos de nuestra vida cotidiana, pero cerca de la posibilidad de preguntarnos por nuestras normas, relaciones y posibilidades. Muy pocos casos son de utopías positivas; por lo general, son las negativas las que dan el tono. Los juegos del hambre, trilogía literaria y fílmica donde los jóvenes deben luchar entre ellos a muerte, en un espectáculo televisado para una nación devastada por el hambre como forma de canalizar posibles levantamientos; la misma Blade Runner o Brazil, la película de Terry Gilliam que versiona 1984 de George Orwell, donde un gris funcionario estatal busca relacionarse con una mujer en un laberinto burocrático del que forma parte; son ejemplos recientes y clásicos de distopías.

Las ucronías, en cambio, son mundos casi como los nuestros, pero donde algún evento histórico resultó de otra manera a como todos lo conocemos: son los argumentos que desarrollan situaciones a partir de la pregunta ¿qué hubiera pasado si…?. Por ejemplo, si Hitler ganaba la guerra, como en El hombre en el castillo, de Philip Dick. O lo contrario, si Hitler hubiera llegado sólo a ser un escritor fracasado que escribe una novela que protagoniza como pandillero motorizado, no por eso menos facho, como en El sueño de hierro, de Norman Spinrad.

Aunque muchas veces se identifique al género con desarrollos tecnológicos, aparatos extraños o proezas científicas, no es la técnica o la ciencia lo que está en cuestión sino las instituciones, la cultura, las relaciones sociales y personales, de esta sociedad, y la pregunta, crítica o resignada, conformista o revulsiva, por derecha y por izquierda, por otros mundos posibles. En las próximas entregas veremos algunas de ellas.


Todo ciencia ficción (II): Problemas con el capitalismo


Como tantos otros géneros, la ciencia ficción ha servido tanto para criticar aspectos de la sociedad capitalista, como para reforzar sentidos comunes que la sostienen. No es casual entonces que encontremos momentos históricos donde la cantidad y variedad de producciones del género se amplía: en la URSS, al calor de la revolución, hubo obras que a través del género expresaron sus ansias y propuestas de una sociedad distinta, así como las que criticaron al régimen stalinista posterior; en EE. UU., en los sesenta y los setenta, con el surgimiento de movimientos políticos y sociales contestatarios, muchas obras cuestionaron el consumismo, la publicidad, la manipulación ideológica del espectáculo, la guerra de Vietnam; allí la ciencia ficción se amplió y diversificó.

En su larga trayectoria, buena parte del género se ha destacado por el cuestionamiento de la sociedad capitalista de forma explícita, y no es poco habitual perspectivas socialistas o anarquistas desde las cuales se lo ha hecho.

Antes de cumplida una década del siglo XX, Jack London presentaría en El talón de hierro (nombre del grupo social oligárquico de industriales que dirigía la economía, las fuerzas del orden, la justicia, etc.) no sólo una feroz denuncia de la clase dominante, sino que narraba el enfrentamiento de los sectores empobrecidos en términos de una huelga general en la que se debían sortear provocaciones, ganar aliados, etc.

Para el aniversario de la revolución rusa, Vladimir Mayakovsky escribe Misterio bufo, una obra de teatro donde, después de una inundación que provoca la lucha entre los “sucios” (mayoritarios y trabajadores) y los “limpios” (minoritarios y parásitos de los sucios), llegan a una Tierra Prometida que es uno de los pocos casos de utopías positivas en el siglo (las referencias irónicas a la religión son constantes): allí las personas no tienen más conflictos con “las cosas”, en una clara alusión al comunismo entendido como desmitificación del fetichismo de la mercancía. Ese tipo de representaciones de cómo sería el comunismo sería durante todo el período siguiente objeto de obras de ciencia ficción propiamente dichas, como Estrella Roja de Bogdanov, o Aelita, de Alexis Tolstoi. En cambio Nosotros, de Eugeny Zamiatin, sería una dura crítica de la burocratización del régimen (que retomaremos cuando hablemos del Estado en una próxima edición).

Por estos pagos podríamos citar a El Eternauta; si la nieve mortífera que de repente comienza a caer puede considerarse una metáfora contra los golpes militares, que es hasta donde les gusta rescatar de la historia de Héctor Oesterheld a los kirchneristas; no habría justificación en la historia para limitar a ello una historia donde se resalta la solidaridad y la acción colectiva contra unos cascarudos que atacan despiadadamente pero dirigidos por fuerzas que no controlan.

Todo el cyberpunk está plagado de corporaciones, multinacionales y empresarios que con sus manejos oscuros están literalmente destruyendo el planeta. William Gibson, factótum del subgénero, se dedica especialmente a historias donde la memoria, las costumbres y los rasgos personales de la gente son consideradas como “paquetes de información”, sistemas que se compran y venden como cualquier otro aparejo.

Más recientemente, en la obra The council (El consejo), de China Miéville, quien combina variantes de ciencia ficción con otros géneros afines, un tren en permanente movimiento sirve de morada para un grupo de militantes socialistas que buscan extender la rebelión. Las resonancias a los movimientos anticapitalistas de principios del siglo XX pero también del XXI son claras en ella. En el cine, Distrito 9 o Elysium, de Blomkamp, han cuestionado las diferencias sociales y los apartheids que el neoliberalismo ha sabido profundizar.

Por supuesto, ni estos ni los muchos ejemplos que podrían citarse significan que la ciencia ficción es de por sí un género anticapitalista. En EE. UU. por ejemplo, donde más se ha desarrollado, también durante los cuarenta y cincuenta fue vehículo de justificaciones de la Guerra Fría y argumentos para estar alerta de la “amenaza comunista”. Pero también es cierto que en un género que se define por lo que podría haber sido, lo que aún no es o lo que podría ser, sin duda se podrá encontrar una buena fuente de cuestionamiento a un sistema social que esconde sus formas de dominio y que aunque histórico, busca presentarse como natural e inmodificable.


Todo ciencia ficción (III): Problemas con el Estado



Platón, en uno de los primeros intentos de plantear un modelo ideal de un sistema político, la República, excluye a los poetas y dramaturgos por ser “fabricantes de imitaciones” de lo real que no deben rendir cuentas a la razón. Desde entonces y sobre todo en el siglo XIX se han hecho distintos intentos de esbozar las líneas centrales de sociedades hipotéticas y su forma de gobierno: las utopías. La ciencia ficción también ha diseñado modelos societales y estatales hipotéticos pero, quizás tomando revancha de Platón, han problematizado en esas “fabricaciones” los modelos de Estados realmente existentes para desgracia de sus protagonistas, ya que por lo general se trata de modelos distópicos.

Estados opresivos, cercenadores de la libertad individual, pero también opuestos a la organización colectiva salvo como “masa amorfa” a la cual dominar, son un tópico clásico del género desarrollado sobre todo durante el período de la Guerra Fría y posterior. En muchos casos, la alternativa que se planteará serán vertientes más o menos concretas de anarquismo libertario o de socialismo, aunque con el ascenso del stalinismo esta última variante comenzaría cosechar sus propias críticas.

La crítica a los modelos totalitarios del fascismo y más habitualmente, del stalinismo (quizás precisamente porque la Revolución rusa había prometido otra cosa) estarán a la orden del día. 1984, de Orwell, es probablemente la más influyente, donde el protagonista trabaja, controlado por un Gran Hermano en todo momento, reescribiendo la historia según las conveniencias del régimen en el “Ministerio de la Verdad” (no sabremos si quienes bautizaron hace poco así un reality no leyeron el libro o vieron alguna de las versiones fílmicas o sencillamente nos estaban dando un mensaje). Según el mismo Orwell declarara, se inspiró para ello en la novela de Eugeny Zamiatin, exiliado de la URSS que en su novela Nosotros también escenificaba la supresión de la individualidad en una ciudad de edificios vidriados donde todo lo que los habitantes hacían quedaba expuesto al control estatal.

También el Estado burgués democrático occidental será objeto de corrosiva crítica. Estados manejados por poderosas corporaciones, cuyo personal político corrupto se dedica a garantizar sus negocios, programas e instalaciones secretas que el público no conoce y que siempre termina volviéndose un peligro para ellos, abundan; la violencia estatal en manos de sus brazos armados, sobre todo el ejército, o la Justicia, como la que en La naranja mecánica de Anthony Burgess (o la película de Stanley Kubrick) utiliza novedosos métodos conductistas para “rehabilitar” a los criminales, también. Pero otras instituciones más “respetadas” del sistema democrático burgués no han quedado exentas. La reciente serie de TV inglesa Black Mirror, por ejemplo, ha dedicado tres de sus seis capítulos emitidos hasta ahora en criticar tres instituciones clave del régimen democrático. Un presidente obligado a realizar un “acto humillante” en vivo y en directo, que podría haberse evitado si en vez de preparar la transmisión, que todos observan con repulsión pero sin poder dejar de mirar, hubieran prestado atención a lo que sucedíaen la calle; una extraña y violenta persecución que cientos de observadores miran sin intervenir, pondrá en jaque al modelo de Justicia; y finalmente será Waldo, una animación que cobra ascendencia entre la gente, quien pondrá blanco sobre negro las virtudes de su institución más preciada, las elecciones. El nombre de la serie indica ello: la ciencia ficción como reflejo oscuro de lo que nuestra propia sociedad ya contiene.


Todo ciencia ficción (IV): Problemas con las mujeres



A pesar de que la crítica ha definido como primera obra del género a una historia escrita por una mujer –Frankenstein, de Mary Shelley, hija además de la escritora y activista feminista, Mary Wollstonecraft– la ciencia ficción fue un oficio de hombres hasta la década de los setenta, y en muchas de las historias, el sexismo contra las mujeres era notorio. Tal como en la vida misma, éstas no podían ser ni astronautas o científicas, ni interesantes, ni reflexivas, ni valerosas como para protagonizarlas.

En casos excepcionales como Metrópolis –la película muda de Fritz Lang–, el personaje de María será la manzana de la discordia entre un patrón y un trabajador, y cuando cobre la fuerza de desatar el caos y la rebelión, no será como mujer sino como autómata encubierta. Quien sí tomó explícitamente el problema fue Theodore Sturgeon, que en Venus más X narra la extrañeza de un hombre que, cargado de prejuicios sexistas, se encuentra de golpe en un mundo donde las diferencias de género han desaparecido. Pero sin duda, era la excepción que confirmaba la regla.

Esta fue la denuncia que Úrsula K. Le Guin hiciera en una convención dedicada al género en 1973, pero es algo que también problematizaría en toda su obra, tanto de fantasía como de ciencia ficción. En La mano izquierda de la oscuridad, un visitante del planeta Invierno encuentra una sociedad de andróginos que pueden mutar sus características genitales masculinas o femeninas azarosa y sucesivamente, y donde las diferencias sexuales, por tanto, no tienen sentido. En Los desposeídos, otra vez un enviado del exterior encuentra un planeta dividido en dos dictaduras, una de propietarios y una de ex socialistas –la crítica al stalinismo es explícita–; en ambos casos, el lugar otorgado a las mujeres es el de ser explotadas u objeto decorativo. El narrador, que no puede dejar de extrañarse y criticar los estereotipos que supone ese orden social, se encuentra en un tramo de la novela a sí mismo, con horror, reproduciendo esa violencia contra una mujer.

En Houston, Houston, ¿me recibe?, James Tiptree Jr. narra un viaje al futuro de un grupo de astronautas que descubre una Tierra donde los hombres han desaparecido azotados por una plaga. Esa no es la peor noticia, sino que las mujeres parecen vivir muy felices sin ellos. James Tiptree Jr. era un seudónimo sobre el que había sospechas pero no confirmaciones. El nombre que ocultaba se conoció después de su muerte: era Alice Bradley Sheldon.

Todo ciencia ficción (V): Problemas con la ciencia



En las primeras décadas del siglo, muchos de los escritores de ciencia ficción eran, además o sobre todo, ellos mismos científicos que a partir de sus trabajos elaboraban tramas ficcionales que pronto comenzaron a difundirse en revistas y libros. Es por ello que en buena medida se ha identificado al género con los avances científicos y técnicos. Pero dijimos que ellos se usan para hablar de otra cosa.
Mencionamos que Frankenstein, de Mary Shelley, es considerada la primera historia de ciencia ficción publicada. Con el subtítulo de “El Prometeo moderno”, ha motivado lecturas según las cuales la muerte de su creador en manos del engendro construido con partes de cadáveres y animados por efecto de la electricidad (que en su momento se conocía como galvanismo), es la amenaza del castigo que les correspondería a los seres humanos por querer, como su antecedente mitológico, robar el fuego de la vida a los dioses.

Sin embargo, si en sus múltiples versiones fílmicas ha mostrado a un monstruo de fuerza sobrenatural y ciego ante su misión, en la novela el monstruo no sólo no es una bestia, sino que habla elocuentemente, es instruido y trata de comprender los comportamientos de los humanos. Pero, despreciado y temido por su aspecto y condición por esos seres que se dicen civilizados, acusado injustamente, decide perseguir a su creador. Es decir que la novela nos habla de la ilustrada ilusión en el progreso de la ciencia y la osadía creativa de los hombres y mujeres de principios del siglo XIX, pero también de las limitaciones que a esos sueños ponían no el fracaso en la empresa, sino las relaciones e instituciones sociales de la época.
El recurso a los avances científicos también se ha utilizado para abordar problemas relacionados con la espiritualidad y el deseo de trascendencia, como es el caso de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, donde una moderna máquina movida por energía mareomotríz y eólica (no difundidas como hoy en la época en que se escribió), permite ilusionar al protagonista con la posibilidad de consumar un amor en la eternidad.

Pero a medida que en el siglo XX las guerras y catástrofes no naturales mostraban cada vez más patentemente el lado oscuro de la fuerza tecnológica, pronto en las historias las máquinas comenzaron a dominar a los humanos y las catástrofes cambiaban súbitamente los rasgos del planeta en el que había que reaprender a sobrevivir. El cyberpunk es hijo de esa percepción del futuro; William Gibson, uno de los autores más conocidos de esta rama de la ciencia ficción, describe en Neuromante de esta manera un paisaje posapocalíptico: “El cielo sobre el puerto era del color de la televisión sintonizada en un canal muerto”. Películas como Terminator (James Cameron) y Matrix (de los Wachowski) sean quizás las expresiones fílmicas más conocidas de este tipo de argumentos. Allí también suele ser el sistema social el problema, y no la tecnología en sí. El agente Smith, por ejemplo, describe lo que ha recopilado como matriz del comportamiento humano como equiparable al de las… plagas, que se asientan en un lugar, lo agotan y lo abandonan destrozado. Peor aún es la explicación de por qué la vida en la matriz es tan parecida a la vida real: es que, explica Smith, en principio había sido programado como un entorno más armónico, pero los humanos no parecían cómodos en él así que reintrodujeron la competencia, la violencia, las disputas y las pésimas relaciones que caracterizan a una sociedad que es la nuestra.

De plagas trata también la serie televisiva inglesa Utopia, que ya va por la segunda temporada y que versa alrededor de los oscuros experimentos con el virus de la gripe que no solo dan ganancias a científicos, políticos y empresarios, sino que esconden además, programas de “mejoramiento racial”. También son científicos los que están por detrás de la curiosa competencia en un laberinto a la que son obligados los jóvenes de Maze runner (el libro y la película).

Interpretar estos casos como un castigo por la persistente voluntad de los humanos de ser “aprendices de brujo” es una forma de leer estas historias, y sin duda son un elemento presente en ella. Pero es muy difícil no ver en ellas también la feroz crítica a una sociedad que con sus comportamientos y no por la ciencia y la tecnología en sí, se dirige a la catástrofe. La mejor versión de Terminator, la segunda parte, terminaba con Sarah Connor concluyendo que “no hay destino” predeterminado. Antes de que esta rama de la ciencia ficción pase a ser más bien realismo costumbrista, será mejor leer esa advertencia y efectivamente, intentar construir otro futuro.

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